viernes, 27 de mayo de 2011

Crónica de un Interrail no anunciado

Hay quien dice que los planes improvisados son los mejores, y eso fue lo que debió pensar el Fiat Panda cuando cedió, sin pensárselo dos veces, el testigo a un tren con destino Venecia. Cuatro maletas (tres maletitas y un maletón) rodaban perdidas entre puentes y canales buscando dónde asentarse en esa ciudad que nunca pierde su magia. Las miles de máscaras -en Venecia siempre es carnaval- observaban cómo un número desorbitado de turistas, cámara réflex en mano, callejeaban entre las laberínticas calles de la ciudad de las góndolas tratando de comprender cómo sería la vida sobre el agua. Una Plaza de San Marcos abarrotada y un Gran Canal que siempre impresiona nos prestan, por unas horas, las llaves de esa joya escondida que es Liubliana. Con sólo un paseo por el río, la capital eslovena es capaz de hacernos ver que, a veces, sí amanece más temprano por madrugar mucho (o no dormir nada). Y que se lo digan a Buda. De fachada historíca e interior jóven, pasear por el Danubio y cruzar uno de sus puentes para reunirte con Pest en un edificio abandonado reconstruido a modo de bar -shisha incluída- hacen de ésta una de las ciudades cón más encanto de El Viejo Continente. Y, como si de su hermana mayor se tratase, llega Viena más madura y majestuosa para mirarnos por encima del hombro. Juega con ventaja: edificios que desprenden grandeza por doquier, como si los regalasen y, en definitiva, la tranquilidad de saber que la elegancia va siempre de su mano. De repente, alguien nos susurra algo al oído...Es Praga, que tiene algunas historias que contarnos. Un reloj enorme que nos transporta a mundos medievales y un Puente Carlos bastante bien custodiado llevan a tres príncipes y una principessa al castillo en el que la realidad se transforma convertida en Berlín. Un Berlín que tiene mucho que decir: modernidad y alternatividad entremezcladas, sin muros de por medio, con historia y política en el que podría considerarse el punto convergente de Europa. Casi sin darnos cuenta, el naranja empieza a inundarlo todo: llegan Amsterdam y su Queen's Day. La ciudad del vicio por excelencia no defrauda: sus calles huelen a sexo y a drogas -que no tanto a Rock&Roll-. Viajes a mundos desconocidos y una reina que debería estar orgullosa de que tanta gente celebre su cumpleaños. ¿Quién da más?

1 comentario:

  1. simplemente la leche compi... creo q aprendiste d uno d los mejores y creo q n un lugar mu bucolico tenias q estar pa escribir esto... m quito el sombrero canario

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